martes, 9 de junio de 2015

El legado de mi abuelo, un vínculo eterno




El legado de mi abuelo






El legado que me dejó mi abuelo no se mide en bienes materiales, ni siquiera en viejos relojes detenidos o en fotografías en blanco y negro.
El autentico regalo fue el tiempo compartido, los lentos paseos arrastrando hojas secas del colegio a casa, el sabor del chocolate que guardaba en su bolsillo o las horas frente a un mar en verano del que conocía mil historias. Mil relatos que cabalgaban entre la realidad y su inventiva.
Los abuelos son ese vínculo tan intenso entre generaciones encargados de trasmitir valores, de educar desde las emociones, desde la experiencia y una serena complicidad. Son parejas de juego, confidentes y consejeros. El papel de abuelo tiene múltiples facetas básicas en nuestra sociedad.
Si bien el papel del abuelo es también el de educar, su misión no es exactamente la misma que la que deben tener las madres y los padres. Un abuelo, una abuela, ya ha vivido su instante de paternidad, ahora, es momento de ejercer un rol diferente, e incluso de revisar la propia infancia. Son árboles de vida donde cobijar a las nuevas generaciones.  

El abuelo, mi pedestal y reserva de sabiduría  
Nunca llegamos a saber si nuestros abuelos pidieron serlo. Los nietos llegamos al mundo esperando ser amados, cuidados y empujados al mundo con confianza y seguridad. Todo niño necesita establecer vínculos firmes con aquellos que les rodean, y si son importantes los padres, no lo son menos los abuelos.
Nosotros, llevamos un poco de su sangre y, de algún modo perpetuamos su legado con nuestra generación, no obstante, aún hay muchos más aspectos que nutren este vínculo y que va más allá de un código genético en común.

1. Los abuelos pueden parar el tiempo
 ¿Conocías esta capacidad presente en la mayoría de los abuelos? Cuando volvías del colegio y tu abuelo venía a recogerte, sabías que la tarde iba a vestirse entonces de un modo más distendido, más relajado. Tampoco sabemos si nuestros abuelos habían pedido “retomar” con nosotros su propia infancia, pero, de algún modo, estaban casi condenados a ello.



 Compartían nuestros juegos, nuestros puzles. A día de hoy son ya bastante hábiles con las tecnologías incluso. Comparten risas y confidencias con sus nietos, establecen instantes con una carga emocional intensa y diferente a la que construyen con sus padres.
Los abuelos casi nunca sancionan, son un poco más permisivos, y además, saben escuchar. Tienen tiempo, y más aún, consiguen que “el tiempo se detenga para sus nietos”.

2. El rol del abuelo y el rol de la abuela
Este dato resulta curioso a la vez que cierto en la mayoría de los casos. Según diversos estudios de gerontología y psicología familiar, el papel que ejercen los abuelos suele ser diferente del que llevan a cabo nuestras abuelas.
Ellas son pura dedicación, cuidado y atención. Son ellas quienes se preocupan de nuestra alimentación, de nuestro bienestar, ellas quien en cierto modo, más centradas están en la realidad y en el día a día con tal de ser útiles. Los abuelos, por su parte, proporcionan ese conocimiento del pasado y un legado personal que transmitir a los nietos a través de mil historias, de mil relatos que los niños atienden con los ojos despiertos y el corazón encendido.

 A los niños les encanta escuchar historias, conocer su origen, ver el mundo desde la mirada sabia del abuelo y la abuela. Es una sabiduría única que se perpetua de generación y generación y que nunca se olvida.

3. Son aliados en instantes de crisis
 El abuelo y la abuela son esos árboles inmensos donde cobijar a toda la familia en instantes de armonía y en épocas de tormenta. Los adolescentes, por ejemplo, suelen encontrar cierta calma al tener ese vínculo con sus abuelos que a su vez, sirve de mediador con los padres.
 Se les critica a menudo a los abuelos por ceder demasiado, por no poder dar nunca una negativa y ser algo partidistas hacia los nietos antes que a los hijos. Los abuelos están en un instante de su vida donde dejan ya a un lado los conflictos y priorizan el valor emocional, y la cercanía de los suyos por encima de todas las cosas.
Mi abuelo no solo era un contador de historias, era un hombre que no soportaba el silencio de una casa vacía o el ruido de un salón donde flotaban las discusiones y las peleas. Mi abuelo era un océano de calma que aportaba brisa serena en los instantes de crisis familiar. Nadie supo nunca como lo hacía, pero gracias a él, obtuve una infancia segura y feliz. Como muchos otros. Y llena, muy llena de legados personales más valiosos que el tesoro de esos piratas de sus historias de lobos marinos.